martes, 13 de julio de 2010

LA MAGIA DEL VALOR


Durante el último año se había preparado con entusiasmo. Amaba la música y tocar el piano la hacía sentirse especial.

Su abuelo había actuado en distintos lugares del mundo y le contaba historias maravillosas. Desde muy pequeña escuchaba a su abuelo al piano con gran admiración y Ana le decía:

-Abuelo, quiero ser como tú. Enséñame todo lo que sabes.

No fue fácil para Ana, ya que tenía que compaginar sus estudios, con largas horas ante el piano. Pero ella, llevada por el entusiasmo que su abuelo se había encargado de transmitirle, se superaba día a día.

Hasta que sus profesores le comunicaron que había sido elegida para presentarse a la audición, que de ser elegida, conseguiría una beca para continuar sus estudios en el maravilloso país de la esfera azul, donde todo el que llegaba allí, era considerado por su amor y brillantez en la música. Era un sueño para Ana, pero tocar en público y con tanta responsabilidad, le producía pavor.

Las historias del abuelo fascinaban a Ana, pero, hasta ese momento, no fue capaz de verse ella misma en un escenario. Se le encogía el estómago de imaginarlo. No podía dormir y apenas podía comer. Solo pensar en ese momento la angustiaba.

-Es pánico escénico, se te pasará le decía su madre.

-Tranquila, hija, una vez comiences a tocar, ese miedo desaparecerá –agregaba su padre.

Pero estas palabras no relajaban a Ana; al contrario, la desesperaban más.

Su abuelo la observaba y le sonreía, mientras la animaba a seguir practicando.

El día antes de la audición, Ana era un manojo de nervios. Ni siquiera fue capaz de practicar en el piano. No se podía concentrar y lo único que conseguía era angustiarse y echar a correr a su cuarto llorando desconsolada.

Antes de irse a dormir, el abuelo fue a la habitación de Ana a darle las buenas noches. Él, con su andar sereno y su rostro relajado se acercó a ella y se sentó a su lado en la cama.

-Mi querida niña, ¿crees que merece la pena, que tires tantos años de lucha por la borda en tan poco tiempo?

-Abuelo, es algo superior a mí. Cuando me imagino en el escenario y que todos me observan, me llena de angustia. No podré hacerlo.

-La primera vez que tuve que actuar en público, también lo pasé mal. El miedo era superior a las ganas y al conocimiento. A la hora de actuar me quedé paralizado y mi anciano maestro, entendiendo la situación por la que estaba pasando, se acercó a mí, me cogió la mano y puso en ella un objeto mágico. Me dijo que el valor que me faltaba, ya lo tenía en mi mano. Miré el objeto, lo puse a mi lado y comencé a tocar sin apenas darme cuenta del público. A partir de ese día desaparecieron los miedos.

Ana abrió los ojos incrédula y llena de curiosidad le preguntó a su abuelo:

-¿Qué te dio, abuelo?

El abuelo metió la mano en el bolsillo y sacó una piedra gris, lisa y plana. Ana, sorprendida añadió:

-¡Es una piedra!

-, pero mágica. Es la piedra del valor, ese valor que me faltó a mí la primera vez y del cual tú careces hoy. Agárrala fuerte y llévala contigo mañana. Déjate llevar por ella y todo saldrá bien.

Ana se relajó. Ella siempre había confiado en su abuelo y pensar que a él también le diera miedo su primera vez ante el público, hizo que esa noche pudiera dormir.

Ya solo faltaban cinco minutos para que anunciaran el nombre de Ana. Apenas sentía las piernas y de vez en cuando le daba la sensación de que su corazón se paraba. Se ponía la mano en el pecho y respiraba aliviada al comprobar que seguía latiendo.

Cuando anunciaron su nombre se quedó petrificada entre bastidores. Un sudor frío empañaba su frente. Levantó la vista y vio, a lo lejos, al otro lado del escenario, a su abuelo que le asentía con la cabeza. Ana metió la mano en el bolsillo de su falda y tomó la piedra. La miró unos segundos y la apretó contra su pecho. Apenas sin darse cuenta se dirigió al escenario. Tras saludar con un gesto de inclinación de cabeza, se sentó frente al piano. Tomó la piedra y la puso a su lado. Comenzó a tocar, casi sin darse cuenta. El sonido de la música le parecía lejano y ella se sentía flotando entre las notas. El sonido de los aplausos le indicó a Ana el final de su actuación y por supuesto lo bien que lo había hecho.

Ana consiguió la beca y terminó con éxito su carrera. Hoy es ella quien cuenta a sus nietos historias maravillosas. Aún conserva la piedra mágica, la piedra del valor como la llamó su querido abuelo.

Lo que ella no sabe es que esa piedra la tomó aquella misma noche su abuelo del jardín.