Había dormido plácidamente toda la noche, pero el maldito despertador volvió a fallar. Y no podían ser las pilas porque eran nuevas y daba la hora perfectamente.
Con estos pensamientos llegó al trabajo. Saludó a los compañeros y se apresuró a encender el ordenador de su mesa. Mientras éste se encendía se fue a servir un café. Apenas pudo tragarlo. Estaba frío, espeso y realmente asqueroso. Se dirigía a su mesa cuando casi tropieza con el jefe, el cual muy serio y con aspecto enfadado le dijo en tono despectivo:
_Este mes, es el cuarto día que llega usted tarde al trabajo. Ya se lo advertí y no quiero más excusas. La próxima vez le despido.
Muy sonrojado por la reprimenda le contestó:
_Lo siento señor Canuto, no volverá a pasar.
_Eso espero. Se dio la vuelta y se dirigió a su despacho dando un portazo.
Era sabido por todos, el mal humor y la desconfianza hacía los empleados del señor Canuto.
Sebas, bastante avergonzado, se acercó a su mesa dispuesto a trabajar. Abrió el portafolio, sacó los documentos y las gafas. Inmediatamente después de ponérselas, se sintió mareado, todo le daba vueltas. Al cabo de un instante observó incrédulo a su alrededor. Todos sus compañeros y compañeras estaban desnudos. Andaban así por toda la oficina sin mostrar pudor alguno mientras realizaban las tareas cotidianas. Unos reían, otros se paseaban con papeles en las manos, otros hablaban por teléfono… Se quitó las gafas de un tirón. Todo se veía como al principio: caras aburridas, conversaciones monótonas, miradas abstraídas.
Se puso de nuevo las gafas y el ambiente volvió a ser divertido a la vez que sorprendente. Esbozó una sonrisa y se dispuso a trabajar cuando se abrió la puerta del señor Canuto. Fue un momento para no olvidar. No pudo dejar de reír a carcajadas. Ver al jefe en pelotas era la cosa más divertida que había visto jamás. El señor Canuto, con una amplia sonrisa, se acercó al muchacho y poniéndole la mano en el hombro le dijo:
_Así me gusta Sebas, que esté usted contento, de esta manera su alegría se verá reflejada en su trabajo y todos tan felices.
Sebas no salía de su asombro. Era agradable ver a las chicas de la oficina pasearse como sus madres las había traído al mundo. La jornada transcurrió muy deprisa, o al menos eso le pareció; sorprendentemente terminó todo el trabajo atrasado y se puso al día. Por la tarde terminó su jornada y después de despedirse de sus compañeros salió a la calle sin quitarse las gafas.
El regreso, no fue menos placentero. La gente iba igualmente desnuda que en la oficina y además bromeaban, se saludaban, reían… ¡era fantástico!
Llegó a su casa muy relajado y al entrar y por pudor a su familia, se quitó las gafas y las depositó en la funda azul sobre la mesita del salón.
Su tía Pino fue la primera en recibirlo con un gran abrazo. Hacía muchos años que no la veía, ya que se dedicaba a hacer largos viajes por todos los rincones del mundo.
_Mi querido sobrino, que ganas tenía de verte, le dijo con un acento algo raro.
_¡Tía Pino, que alegría! ¿Cuándo has llegado?
_Llegué de madrugada pero tus padres me dijeron que tendrías que madrugar y que te vería hoy. ¡Vaya! tu regalo -dijo señalando la funda azul con las gafas- Me he pasado todo el día buscándolo y no me percaté de que estaba delante de mí. ¡Voy a perder la cabeza! Pensé que como eres tan tímido y serio serían para ti, cariño. Se las compré a un brujo allá en Tanzania, el cual me dijo que te harían ver las cosas más claras y con más alegría. ¡Bah, tonterías!, pero son tan bonitas…