martes, 20 de julio de 2010

EL SILENCIO


Había comenzado el verano y el calor se hacía insoportable. De pronto el aire se volvió espeso e irritable en los ojos. ¡Vaya, es la calima! me dije. De pronto se escuchó un frenazo brusco, un fuerte golpe y luego el silencio. Me di cuenta que no podía articular una palabra y veía a la gente pasar a mi lado y mirarnos con cara de asombro. ¡Nadie podía hablar!.

Unos minutos después escuché un revoloteo que se acercaba. Un precioso pajarillo amarillo se posó sobre mi hombro y comenzó a cantar.

Jamás había escuchado sonido más maravilloso. La dulce melodía me invitó a cerrar los ojos y escuchar con agrado los acordes. Tuve la impresión de estar en un lugar remoto plácidamente echada sobre la hierba, observando el cielo azul y pletórica de felicidad.

Entonces la melodía cesó y abrí los ojos. Se escuchaban las bocinas de los coches, el murmullo de la gente, los pasos apresurados… La calima había desaparecido.