viernes, 30 de julio de 2010

LA ALMOHADA



Estaba sentado junto a la barca pensando en su último viaje. Era una suerte, haber encontrado la almohada que le permitiera tener sueños maravillosos. Nunca antes pudo dormir tan plácidamente. Hasta hacía una semana con solo cerrar los ojos, le inundaban pesadillas tan extenuantes que, al amanecer tenía la sensación de haber estado corriendo toda la noche sin parar, tal vez por una gran serpiente que quería devorarle, o un monstruo terrible que le comía poco a poco proporcionándole un daño terrible, o que un simple alfiler se adueñaba de su cerebro y se lo hacía reventar a pinchazos mientras él lloraba angustiado ante la impotencia y el dolor hasta que… ¡Por Dios, otra pesadilla!, exclamaba muy alterado pero a la vez feliz de haber despertado.

-¡Ha sido una semana perfecta! –dijo de pronto en alto, sin poder evitar la alegría que sentía.

Volvió a su casa al anochecer dispuesto a irse a la cama pronto.

Su rostro cambió de pronto al observar a su madre, sentada en su silla preferida, despojando a una almohada de sus copos.

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